Muchos kilómetros, ratones y óxido: mi historia de amor-odio al comprar un Mercedes clásico de los 90

5 de noviembre de 2025 de

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Nuestro presentador de Carwow Alemania, Daniel Hohmeyer, tardó siete meses en cumplir su sueño: tener un Mercedes 300 TE clásico. Pero el camino estuvo lleno de frustraciones, ratones y óxido.

Tardé siete meses y varios intentos, pero al final conseguí mi coche soñado: un Mercedes 300 TE de 1991, de la legendaria serie W124. ¿Por qué elegí este coche clásico?

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Muy sencillo: quería algo especial. Tenía que tener suficiente potencia, ser práctico para el día a día y, además, asequible. ¿Quién no ha soñado alguna vez con tener un Mercedes clásico, de esos que solían conducir abogados o cirujanos? Y si además era la versión familiar, el W124 era todavía más raro de ver. Y más cool.

Pero pronto aprendí la que fue mi primera lección: un Mercedes antiguo, incluso uno de la época en la que la marca era sinónimo de calidad, no es solo un coche: es un proyecto. Un proyecto que exige mucha paciencia y todavía más tiempo. La búsqueda del coche adecuado se prolongó durante meses. No era solo cuestión de precio, sino también de estado general. La mayoría de estos clásicos llevaban años parados, maltratados o con propietarios poco cuidadosos.

Así comenzó mi odisea personal.

Primer intento: un drama sobre ruedas

Mi búsqueda sufrió el primer revés en el primer intento. Había encontrado un coche que parecía prometedor. Era relativamente barato, con más de 500.000 kilómetros, pero se suponía que aún mantenía las prestaciones y la calidad que buscaba. Contacté con el vendedor y…  Lo que siguió fue una auténtica pesadilla.

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La comunicación fue un caos. No supe nada de él durante tres días y, cuando por fin respondió, casi era demasiado tarde. El coche estaba a más de 700 kilómetros de distancia, lo que complicaba enormemente su transporte si decidía comprarlo. Aun así, estaba decidido. Preparé el remolque, fui a casa de mi padre para coger un coche adecuado para remolcarlo y puse rumbo hacia el coche.

Cuando finalmente vi el Mercedes en persona, quedó claro enseguida: el coche se veía mucho peor que en las fotos. El tapizado del techo tenía agujeros y ni siquiera arrancaba. El vendedor había intentado ponerlo en marcha esa misma mañana, sin éxito. Así que regresé a casa con el remolque vacío.

Segundo intento: nueva esperanza, nuevos problemas

Después de aquella experiencia, estaba bastante frustrado. Pero no quería rendirme. Así que contacté con un conocido youtuber del mundo del motor (no, no eran mis compañeros Mat Watson ni JF Calero) para que me ayudara a encontrar un W124 en condiciones. Encontró uno, sí, pero su estado era tan malo que ni siquiera quise ir a verlo. Otro revés más a mi búsqueda.

Pasaron los meses, y una y otra vez encontraba anuncios prometedores que acababan siendo decepcionantes: coches demasiado caros o demasiado deteriorados. La búsqueda de un Mercedes W124 se había convertido en una auténtica maratón.

Pero un sábado por la mañana, cuando ya estaba a punto de rendirme, apareció la oferta perfecta: un Mercedes 300 TE en estado aceptable, y a un precio que encajaba perfectamente en mi presupuesto.

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Eso sí, esta unidad estaba todavía más lejos que la primera: unos 900 kilómetros. Llamé de inmediato, el vendedor respondió y pactamos una cita.

Un viaje al borde de la locura

Volví a casa de mi padre para coger el coche de remolque, enganché el tráiler y me lancé de nuevo a la carretera, esta vez rumbo a la costa para recoger el coche. El Mercedes parecía tener un historial decente y la prueba de conducción fue bien. Tenía algunos fallos menores, pero nada que me hiciera desistir.

Finalmente, conseguimos bajar el precio de 12 990 € a 11 500 €, una pequeña victoria para el bolsillo después de tantas complicaciones. Así que cargamos el coche en el remolque y emprendimos el camino de vuelta. Esta vez, con el remolque cargado. Por fin tenía el Mercedes 300 TE con el que siempre había soñado. Pero las sorpresas no habían hecho más que empezar.

Ratones, óxido…: la verdadera pesadilla

Nada más llegar a casa, empezó el verdadero trabajo. Lo primero que noté fue un ruido de rozamiento en la rueda delantera derecha, señal de deterioro por haber estado tanto tiempo parado. Ese fue el primer problema.
Pero no el único: los limpiaparabrisas no funcionaban correctamente, y el sistema de cierre centralizado, que era neumático, tampoco lo hacía.

Pensé: “no pasa nada, todo se arregla”. Hasta que llegó la sorpresa: ¡había ratones dentro del coche! Sí, lo habéis leído bien: ratones. Esos pequeños intrusos se habían comido las mangueras del sistema de cierre centralizado de mi coche y del lavaparabrisas, dejando numerosas averías a su paso.

Por supuesto, todo se puede reparar, pero fue otra prueba más de que tener un coche clásico nunca es solo conducir y disfrutar. Es una batalla constante contra las averías, los costes inesperados y los problemas que aparecen uno tras otro. Por lo que tener un poco de tu presupuesto para estar cubierto en estos gastos nunca está de más.

Un hobby caro que requiere paciencia

Al final, puedo decir que comprar este coche clásico fue toda una aventura, llena de retos y decepciones (y de ratones), pero también de aprendizajes. Y precisamente eso es lo que lo hace tan especial. Quien se decide a comprar un coche clásico debe saber que no está comprando solo un vehículo, sino un proyecto permanente con el que entretenerse y disfrutar de su pasión.

Y esto es solo el comienzo, porque el Mercedes, lamentablemente, reveló defectos mucho más serios durante la revisión que le hicimos. Pero eso lo contaré en la próxima parte, cuando lleguen las reparaciones…


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